martes, 13 de noviembre de 2012

TESTIGO DE UNA VIDA QUE NO SE ACABA


1.     Vivencia de la Vida Eterna en Jaime Bonet

            “Mi tiempo, para mí, no es propiamente tiempo, como entiende el mundo -es transtiempo -sabe a eternidad. Me asomo a la eternidad incesantemente. Aunque falle, pese a mis infidelidades, Él es todo misericordia y perdona incesantemente mis fallos y tropiezos y me sitúa de nuevo, y me lleva en seguida a la Vida eterna. Y ya con los que pasaron de este mundo a la Vida, sin jamás morir, viviendo, conviviendo cara a cara con la luz perpetua, contemplando el Rostro Divino del Amor-Vida, nuestra Vida-nuestro Amor con mayúscula, soy invitado a cantar.
            Y ya aquí y ahora, mi consagración es realmente algo sagrado; en mi ser humano hay mucho de divino, está mi Dios, está el Amor que busca mi corazón, el placer sobre-humano, el amor indefectible. Y hablamos y compartimos, en mesa redonda, en puesta común, sin horarios, sin tiempo limitado. Las veladas se extienden hasta la aurora. Y en la alborada cantamos, y se extiende y se prepara la fiesta, el convite para todos; y los hambrientos acuden y los sedientos catan el mejor vino. Y se une la noche con el día -y el día con la noche. Estamos en la luz, ya no del rostro brillante de un Moisés, sino de mi Dios, de María, la Mamá querida.
            Si Dios, si nuestro Dios, si nuestra Vida, si nuestro Amor está ya con nosotros, en nosotros, para nosotros, por nosotros; con todo su Reino, con toda su comitiva celestial, que la fe viva, que la Palabra de sus labios nos comparte, que el Amor de su corazón nos regala, y que nos abrasa ya de Amor divino, que es más fuerte que la muerte, que en nosotros mismos se hace volcán de amor, morada de eternidad, pedazo de cielo desprendido de lo alto, rocío mañanero, que llena de perlas el corazón y nuestro existir, nuestro andar por este mundo. Es el mundo que Dios siempre quiso. Es el mundo Nuevo, el de la Pascua, el del paso del Señor, que permanece en nosotros, siempre que en su amor permanecemos. Lo que El siempre quiso, lo que siempre anheló para el hombre, para todos: el Dios con nosotros. Cada día es Navidad para muchos. Es nuestra misión. Es el tiempo navideño. ¡Vemos nacer de nuevo a tantos! y gustan la Vida Nueva, la verdadera Vida, el Verdadero Amor. Y cogemos, contemplamos al Niño Dios en las manos y lo estrechamos en nuestros brazos. Bajo la mirada del cielo, bajo la mirada de la Mamá querida. Y los ángeles cantan: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de Buena Voluntad”.



[1] Apartado recogido de los Escritos de Jaime Bonet.

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